martes, 23 de abril de 2013

Tierra de salvajes.

Tierra salvajes.




Desde el siglo xviii, en particular, la selva fue
concebida, en términos generales, como una región inepta para la civilización,
en contraste con la región de los Andes, al menos propicia para un eventual
progreso o desarrollo. Las montañas de los Andes fueron, en efecto, comparadas
con las zonas templadas del mundo, lugares apropiados para el desarrollo
de la civilización. Allende la cordillera Oriental, las inmensas sabanas del
Orinoco o la exuberante vegetación verde de la Amazonia eran un territorio
sin historia donde campeaba la “barbarie”, donde los hombres —aún los “racionales”—
caían, sometidos por la ley de la selva, a la condición humana más
abyecta o al imperio de los instintos (Serje, ).
Cuando, en , fue publicada La Vorágine, los letrados bogotanos apenas
pudieron comprenderla. La Vorágine no sólo carecía de una referencia en
la literatura nacional, sino que fue leída como el eco de una naturaleza salvaje
donde los hombres se contagiaban —en una especie de mimesis— de la misma
condición salvaje. Como novela de la selva —como texto—, se recibió a partir
de los mismos imaginarios que circulaban entre los letrados y ciudadanos del
interior, que veían en cierta medida como natural la violencia ejercida por los
caucheros.
Casi nadie captó su propósito de denuncia social, de denuncia de la
situación de oprobio que sufrían tanto los indios como los caucheros frente a
las rapaces casas caucheras. La desilusión de Rivera no podía ser mayor; frente
a uno de sus críticos (el poeta Jorge Trigueros), diría: “... la obra se vende pero
no se comprende. Es para morirse de desilusión” (Rivera,  de noviembre de
, Ordóñez, : -).
Como ha sido advertido por Enna von der Walde, el fracaso de la mediación
de La Vorágine se debió en gran medida a la incapacidad por parte de
Tierra de salvajes.

de la ciudad letrada de incorporar al espacio de la Nación estos territorios de
frontera, defi nidos por fuera de la Historia, en el sentido de al margen de todo
proceso civilizatorio. La condición natural connotaba la negación de la historia
y una visión de los indios como “salvajes”.
Todavía a fi nales de la década del sesenta del siglo pasado, La Vorágine y
otras novelas de la selva eran percibidas como fi cciones, como una gran métafora
de la selva devoradora. A pesar de la existencia de algunos ensayos, para
entonces en nuestro país la historiografía amazónica era prácticamente inexistente.
La Amazonia, en general, carecía de Historia y de historiadores, a no ser
la Historia de las Misiones, leída en gran medida como una empresa también
de civilización.
En el panorama historiográfi co sobresalía, como excepción, el estudio
de Juan Friede titulado Los andakí: historia de la aculturación de una tribu
selvática (), en el cual su autor dedicó diversos capítulos a las misiones
franciscanas del Colegio de Propaganda Fide de Popayán, trabajo que, ante la
indiferencia nacional, llevó a que su autor tuviera que editarlo en México; asimismo,
como el mismo Juan Friede lo señalara, la indiferencia nacional ante
el problema indígena lo llevaría a buscar nuevos rumbos en la historiografía
nacional y a posponer su gran proyecto de una historia india.

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